Teorías conspirativas de la pandemia de.... ¿la peste negra?

18.03.2025

Uno de los tópicos más icónicos surgidos a raíz de la pandemia de COVID-19 fueron las múltiples teorías conspirativas que surgieron alrededor de la misma y de los orígenes del propio virus. Desde que se creó artificialmente en un laboratorio hasta que su expansión global obedeció a un elaborado plan de alguna oscura élite, pasando por todo tipo de supuestas curas alternativas o, de plano, que el virus no existía.

Aunque a primera vista todo este mundo de las conspiraciones puede parecer un fenómeno contemporáneo, de muy reciente origen, tiene bastante historia detrás. De hecho, podríamos afirmar con poco margen de error que las teorías conspirativas, entendidas como explicaciones heterodoxas para alguna realidad o evento determinados, nos han acompañado desde los albores de la civilización.

Un ejemplo clarísimo de ello lo encontramos en algunos sucesos acontecidos a raíz de la expansión de la peste negra por Europa durante los años 1347 y 1352, en lo que fue la epidemia más catastrófica de esta enfermedad en toda la historia. En el siglo XIV se desconocían las bacterias, por lo que el patógeno que provocaba la peste (la bacteria YersiniaA) superó los conocimientos médicos de la época, y no se consiguió encontrar ni la causa ni la cura de la enfermedad. Como es lógico, esto espoleó la imaginación colectiva, instigando una búsqueda activa de respuestas para ambas incógnitas en base a creencias populares, supersticiones y prejuicios.

Teniendo en cuenta el fuerte fervor religioso de la época, no es de extrañar que una de las primeras de explicaciones de corte elucubrativo pasara por achacar la enfermedad a un castigo de Dios por los pecados cometidos por la humanidad. Esta visión terminó generando un fenómeno social muy peculiar: los flagelantes. Se trataba de grupos radicalizados de personas que procesaba por los caminos y senderos rurales mientras se autoflagelaba, orando y entonado letanías. El objetivo último era expiar a través de su sacrificio personal los pecados de la humanidad, para que Dios les perdonara y la epidemia terminase.

De igual modo, la desesperación de encontrar una cura o un remedio preventivo llevó a muchas personas a recurrir tratamientos caseros que corrían de boca en boca. Algunos pasaban por la consumición de diferentes animales, o la aplicación de su carne sobre las bubas y llagas que causaba la enfermedad. Otros incluían ungüentos o pócimas. Quizá los más interesantes son aquellos que, considerado erróneamente que la enfermedad se transmitía por el aire, buscaban maneras de purificarlo o filtrarlo, recurriendo, por ejemplo, a portar flores aromáticas cerca de la cara.

Algunas personas ignoraban teoría del castigo divino y preferían buscar culpables en el mundo terrenal. Usualmente terminó acusando a las minorías o a segmentos de población ya odiados con anterioridad, como por ejemplo las brujas. Sin duda los grandes represaliados fueron los judíos, pues siempre que se producía un nuevo brote se alzaban voces acusándolos de propagar la enfermedad envenenando pozos o de usando la magia. Era frecuente que a raíz de estas acusaciones se extendiera la ira colectiva contra este grupo, desembocando en episodios de violencia, asesinatos, y la quema de sus barrios como venganza.

En definitiva, aunque más de 650 años separen a la peste negra del COVID, ambas presentan una capacidad muy similar para generar teorías conspirativas, dentro de las cuales podemos ver los interrogantes: por qué se extendió la enfermedad, cómo curarla y quién es el culpable.

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